Si el Terror español suele enfrentarse a dos potentes handicaps (ser Terror y ser español) a la hora de ganarse la confianza de los editores y el público general, podríamos decir que las antologías de relatos cortos se topan con un tercer problema añadido: el ninguneo al que suele someterse al formato corto, al que aún hoy suele observarse (en muchas ocasiones, de forma bastante injusta) como "el hermano pequeño y tonto de la novela". Es así como pueden pasársenos desapercibidas de forma imperdonable propuestas tan interesantes como Carne de mi carne, la primera antología en solitario a cargo de José María Tamparillas, autor zaragozano de larga trayectoria (podemos encontrar obras suyas en antologías del calibre de Antología Z. Los Mejores Relatos de Muertos Vivientes 2, Aquelarre o Los Nuevos Mitos de Cthulhu) y miembro fundador de NOCTE, la Asociación Española de Escritores de Terror.
Definida por David Jasso como El primer libro de una de las voces más potentes de la literatura de terror, la antología de Tamparillas editada por Saco de Huesos supone un personalísimo poliedro que hinca
sus garras en la carne (valga el juego de palabras) de un tema tan
escurridizo como el Mal. Ese Mal que, como se describe en la página oficial de Carne de mi carne, siempre respira muy cerca de nosotros, agazapado y al acecho, camuflado en lo
habitual, en lo cotidiano, en lo insignificante…, en la desmemoria y el
recuerdo; es un elemento que, a pesar de no poseer una envoltura
física, no tiene nada de abstracto: es una entidad inteligente,
intemporal, con un objetivo preciso, que no atiende a reglas y que se
rehace a sí mismo constantemente. Ese Mal que puede ocultarse subrepticiamente en los secretos de un barco pesquero, en el pasado de un anciano impedido, en la nostalgia de una vieja estrella de cine...
Lo confieso: he disfrutado mucho leyendo esta antología puede que no redonda, pero sin duda interesantísima y muy recomendable. Sin embargo, quizá no haya disfrutado tanto como entrevistando a su autor. Al fin y al cabo, Tamparillas es uno de esos escritores que (y creedme: no es tan habitual) enriquecen su obra con palabras que la trascienden, en el cara a cara (o en el e-mail a e-mail, en este caso), aportando una visión profunda, compleja y rica en matices, con la que no solo se disfruta, sino que también se aprende. Un autor que habla sin miedos ni complejos, y que (cosa cada vez más rara) antes que escritor ha sido lector voraz. Un autor que, en definitiva, se desnuda con la absoluta libertad que exudan sus relatos. Sin más preámbulos, aquí lo tenéis.
Carne de mi carne es tu primer trabajo en solitario.
¿Por qué escogiste un formato tan arriesgado desde el punto de vista comercial
como una antología de relatos?
Podría
dar una respuesta aguda, de esas que ponen una sonrisa en la cara del lector,
del tipo “el formato me escogió a mí”. Pero no. Las cosas, pese a que no nos
guste, suelen ser más anodinas y predecibles. Comencé escribiendo relatos
porque era la distancia sobre la que más cómodo me sentía —también, porque
pienso que el terror más puro solo se logra en distancias cortas, consideración
que sigo defendiendo—. Conforme avanzaba, ganaba experiencia, pericia y
encontraba mi lenguaje: las distancias aumentaban, las páginas se acumulaban en
cada nueva historia; tramas, entorno, personajes, todo se complicaba y
agrandaba... El terror pervivía, pero atrapado en pequeñas cápsulas, en
brochazos; no niego que como escritor quería más, necesitaba más y ofrecía
más…, iba más allá. Así hasta llegar a mi primera novela.
¿Qué
hace un autor cuando logra ese hito? Una novela en el cajón: echa la vista
atrás y ve lo que tiene entre manos. La joya de la corona, mucha morralla y un
conjunto de buenas historias, quizá bien contadas, quizá de calidad, que
despiertan en él un irritante remusguillo de conmiseración y orgullo. Dicho autor se pregunta si todas esas
historias se van a perder, no van a tener la oportunidad que trata por todos
los medios de concederle a esa novela…, si no se quedarán en una nada, en un
querer y no poder sin futuro. Y ahí apareció la editorial Saco de Huesos.
Ellos ya se habían arriesgado con el formato varias veces: Vilar Bou, Sergio
Mars, Ignacio Cid, Nacho Becerril…, su revista periódica “Calabazas en el trastero”.
Les conocía, les envié el material tras una larga y dolorosa criba y se puede
decir que aceptaron de inmediato.
Quizá
ellos piensan igual que yo. Que el relato no tiene nada de hermano menor, por
mucho que nos lo inculquen así las tendencias comerciales, las rachas y modas
que moldean los gustos culturales. Ningún formato literario es menor —a lo sumo
está peor considerado comercialmente o ninguneado por mero esnobismo o
ignorancia—, quien piense así se equivoca, se pierde buenas dosis de placer, de
reflexión, de creatividad. Me dan igual las excusas. Un lector, un buen lector,
ha de leer de todo, porque en todo siempre hay algo bueno.
En el prólogo del libro, Fernando
Martínez comenta que el nexo de unión que vertebra los relatos es “el Mal”,
pero yo no lo tengo muy claro. ¿Estás de acuerdo con la afirmación del prólogo?
Ya he hablado contigo de este
tema. Quizá tengas razón, o no. Muchas veces, salvo cuando el proceso de
creación previo se delimita y define intencionalmente; en las antologías que no
se confecciona ad hoc, es a
posteriori cuando uno observa con claridad el hilo que sostiene la urdimbre. Y
es muy normal que haya más de uno de estos hilos; pocas cosas son puras en este
mundo. Pero lo cierto es que el tema de “el mal” como columna de sostén siempre ha estado ahí en
mis creaciones, era la elección más obvia que se me ocurrió en la conversación,
previa a su lectura del libro, con Fernando.
Sí, en muchos de los relatos hay también un fondo crítico con diversas
instituciones sociales y consideraciones morales —familia, patriarcado, maternidad,
amistad— que subyace: un aporte con gran carga inconsciente, sin la
intencionalidad manifiesta que se aplica a otros elementos de la creación. Soy
un escritor de los de “víscera”; no me siento y escribo con una intencionalidad
crítica, desiderativa, moral..., definida. Me gusta contar historias, crear
personajes, ambientes, conflictos y tramas que los enreden: historias y
personajes que se van desarrollando en mi mente al mismo tiempo que las escribo,
que se crean a sí mismos, sin un cuadro definido previo, que solo conforme
viven, adquieren sustancia e intencionalidad.
Así
pues, habría que hablar mucho en este caso del subconsciente y la creatividad.
En al menos tres de los relatos
(“Bendición”, “Carne de mi carne, sangre de mi sangre” y “Mako”) ofreces una
visión bastante sombría, por no decir desencantada, de la figura paterna y del
patriarcado en general. ¿Es ese el motivo que te llevó a titular la antología Carne de mi carne?
Salvo que mi subconsciente me
jugase una mala pasada, el título vino dado más por mi visión de los relatos,
de la creación, como una parte de mí mismo que ofrecía a los lectores, sin
tapujos, sin adornos ni colchones que amortiguaran el choque. El libro soy yo
en cierta manera, no mis circunstancias, no nos confundamos…, sino la
afirmación de que considero mi creatividad como una parte definitoria de mí
mismo. Carne de mi carne…, la carne del espíritu del creador.
Retomando esta idea anterior, creo
que uno de los grandes valores de esta antología es ese cierto rechazo/crítica
a los valores más rancios del patriarcado y la tradición. Crítica que, por
cierto, en “Carne de mi carne, sangre de mi sangre” llevas a sus últimas
consecuencias. ¿Eras consciente de ello mientras escribías los relatos o ha
resultado ser una sorpresa incluso para ti?
Sí, es un común denominador
aparente que, conforme leía mis historias y echaba la vista a atrás —a todas
esas otras que había escrito, pero que se habían caído de la selección—,
espumeaba en la superficie. Siempre he tenido una actitud muy crítica con
aquello que se instituye sin más base que la costumbre, la imposición, la
ignorancia, la superstición o el miedo. Todo debe ser objeto de un juicio
crítico, nada es bueno solo porque una mayoría lo vote, porque una tradición,
una ideología, unas creencias o una moral lo afirmen: en el fondo no son más
que generalizaciones interesadas, generalizaciones artificiales que
distorsionan un hecho para acomodarlo a una necesidad; generalizaciones que a
veces, admito, pueden ser acertadas, pero que también contienen grietas que hay
que saber ver, plantear y exponer sin tapujos ni miedos. Veo que, en el fondo,
impulsado por ese motor irreverente y picajoso, expongo esas grietas.
Sería
más exacto decir que “critico” en mayor grado a la familia como organismo que
al patriarcado como tradición: la familia es buena, sí, pero cuidado, también
por ese mismo motivo puede ser el foco donde el mal, el mal humano y eso otro
mal con el que yo juego, aparezcan y sean más implacables, precisamente porque
esa bondad asumida hace que sea más complicado alejarse del abrazo del oso.
Para exponer ese mal busco las
grietas que siempre hay en lo más cotidiano.
“Mientras llueve en la ciudad” tiene un título con ciertas reminiscencias noir y, sin embargo, al final ofrece una
narración de terror urbano bastante clásico, quizá incluso con cierto sabor a
Stephen King o a Richard Matheson.
Tengo la costumbre de titular de
inicio mis relatos con títulos muy cortos, casi cortantes. En este caso, me
limité a usar el término “Charcos”. Así
se mantuvo largo tiempo. Pero tras su relectura, tras el ejercicio de
corrección, vi que el relato pedía una ligera carga evocadora, una anclaje
inicial que ayudara al lector a integrarse con él de partida y así se redondeara su desarrollo.
Quizá tenga más de Matheson que de King, en el sentido de que busca acercar el
horror al lector desde una perspectiva cercana y en apariencia trivial: nada
más fútil que la lluvia y los charcos…, nada más inocente que ellos.
Como ya sabes, “La vieja, muy vieja Betty” es mi relato preferido. Me sorprende haber leído que fue un medio encargo, pues a simple vista, por el mimo con que lo narras, diría que es el más personal de todos. Además, construyes con mucho cariño un personaje protagonista que resulta ser, valga la redundancia, todo un personaje. Aunque tal vez más sórdida, esta Betty a mí me remite a creaciones de autoras como Pilar Pedraza o Angela Carter. ¿Compartes mi visión?
Con ese relato descubrí que tenía
una tendencia espontánea hacia el costumbrismo. Se puede decir que con él me di
cuenta de que era posible calzar el terror dentro de la tradición literaria
española más acendrada y hermosa, transportar el horror a la idiosincrasia
española sin tabúes, tópicos inanes ni gazmoñerías: La vieja Betty me sirvió para entrever un
filón, abrir una puerta, para ir más allá, para escribir otros relatos con ese estilo
y marco de fondo. Suena pretencioso, pero a veces considero que es como rendir
un homenaje y transportar a Torrente
Ballester, uno de mis autores de cabecera —incluso a Marsé a Mendoza o a Cela—,
junto a algunos de sus personajes, escenas, ilusiones, desilusiones…, al mundo
del terror.
Mira,
en el fondo, me doy cuenta, es huir de las maneras anglosajonas, del enfoque cinematográfico
que dominan buena parte el terror actual, y descubrir nuevos aires y modos más
cercanos y propios.
Y
el mimo por el personaje es real, incluso superior al de otras historias: es lo
que tú dices de Betty, del personaje, la mimaba por su atractivo, su cercanía, su simpatía, su
locura incipiente, su marginalidad, su forma de aferrarse a un pasado, y sobre
todo su dualidad, esa dualidad perturbadora que la hace oscilar entre la
caricatura y el monstruo.
¿Encargo?
Me da igual que sean encargos… Las historias no entienden de eso, salen o no lo
hacen. He decepcionado a gente que me ha encargado algunas obras precisamente
por eso, porque lo que obtenía no poseía vida, no poseía el tono, la fuerza y
la calidad que yo quería. Y en esos casos elegí no enviar nada, tragarme mi
orgullo y quedar a mal momentáneamente con alguien.
“La necesidad del dolor” es el
relato que cierra la antología y, en cierto modo, me parece el más apropiado
para hacerlo. Por un lado, es sin duda el más visceral y extremo y, en
consecuencia, el más rupturista con la tónica general. Y por otro, retoma la
idea de la paternidad monstruosa para darle un giro inesperado, aportando lo
que hasta ahora no habíamos visto sino apenas perfilado en el relato que lo
antecede: la maternidad monstruosa, la locura del matriarcado. Háblanos un poco
de este cierre.
Desde el primer momento supe que
ese relato debía ser el epílogo. Desgarro, contundencia, aniquilación.
Por
un lado, es una crítica muy consciente del egoísmo, del individualismo
desmedido, de la degradación de los sentimientos morales más íntimos y puros
que poseemos, degradación por parte de la sociedad materialista que los ahoga,
manipula y moldea: Hablamos del placer, el placer inmediato, la necesidad
enfermiza de obtener todos nuestros deseos, en este caso un deseo extremo como
es el dolor, en un plazo mínimo, sin atender a la solidaridad, al amor, al
sentido común, al bien común o al propio…, a las consecuencias; placer y dolor
como siniestros iconos de la sociedad de consumo. Lo cual no significa que esté
en contra de buscar un dicho placer, no, al contrario: es un derecho
inalienable que la Historia nos ha concedido hace poco como individuos; sino en
contra de la manipulación que se hace de ese derecho, como de otros muchos
derechos naturales, para objetivos mercantilistas, de sumisión, de lobotomización y abotargamiento del
juicio crítico.
Por
otro lado, también es una profundización en el yo más oscuro que todos podemos
llegar a esconder; de la irracionalidad y la fascinación morbosa que a veces
ese yo físico, casi sensual, contagia: fascinación que nos domeña y nos lleva a
dar pasos terribles.
¿Cuál es tu relato favorito de la
antología?
Quizá sea “Betty” por lo que antes
he dicho, por ser el que me hizo ver cuál podría ser mi estilo propio, o al
menos aquel sobre el que debería ahondar más para generar buena parte de mis
historias. Aunque “La necesidad del dolor” posee un encanto salvaje y rompedor
que me acercó a unos límites narrativos que no creía que pudiera alcanzar.
¿Cuáles son los próximos proyectos
de José María Tamparillas? ¿Para cuándo una novela? ¿Tienes intención de
abordar algún género distinto?
Ando detrás de que dos novelas
obtengan el placet de un par de
editoriales. Una es una novela ambientada en la Guerra Civil; sí, toma tópico,
de terror, cargada de tensión y humanidad, una novela que habla de cómo el
miedo a algo más terrible que la propia guerra acecha y aniquila a un grupo de
soldados.
La
segunda es una novela corta —que además debería ir ilustrada—, cargada de ese
tono costumbrista contemporáneo del que he hablado: una historia de fantasmas
moderna con un poeta de barrio y un barrio como protagonistas.
En
marcha, a falta de un par de capítulos, tengo una novela bastante más larga de
género negro, con breves pero intensos toques sobrenaturales: una hardboiled ambientada en un trasunto
personal de una imaginaria Nueva York en la época inmediata a la Gran
Depresión.
Y
esto responde a la segunda parte de tu pregunta: amo el terror, pero aprendí a
escribir entre otros muchos estilos y géneros, leyendo género negro, y estoy
seguro de que me puedo mover por él con total comodidad.
¿Cómo ves la situación actual del
género de terror en España?
No soy capaz de verla, ni de
anticiparla. Estoy seguro de que, de la misma forma que hace varias décadas
surgió una generación de escritores de Ciencia Ficción españoles de calidad, en
la actualidad ha surgido una generación de escritores de terror magníficos,
quizá la mejor, una generación en la que se conjugan estilos, maneras de ver la
literatura, tendencias de lo más variopintas. Pero que esa generación esté ahí
no implica nada. Todavía el género no se ha ganado el respeto del mundo
editorial. Salvo honrosas excepciones, andamos recluidos en un gueto que oscila
entre el fandom y un ámbito algo más
generalista, tímido y asustadizo, un público en pañales. El terror no es, a
priori, un género comercial, al menos desde el punto de vista del editor…, algo
con lo que no estoy de acuerdo; ni tampoco por definición un medio de alta
literatura, aunque puede fácilmente, con seriedad y esfuerzo por nuestra parte,
llegar a serlo.
Soy
de los que piensan que hace falta un golpe de suerte, una novela de terror bien
escrita, seria, de calidad…, casi un best seller, sí, aunque se me crucifique
por decirlo, que anime al mundo editorial a arriesgarse, que les haga ver que
editarnos puede ser una buena inversión.
Acertadas palabras de este escritor. Es un género muy poco agradecido para todo aquel que lo practique.
ResponderEliminarA seguir creando y escribiendo con ganas. Puede que las recompensas estén cerca ya...
Ojalá, Juanmi, ojala. Tienes razón, y espero que tus palabras finales sean una profecía acertada.
ResponderEliminarY gracias a ti, Javier, que se me había pasado del todo agradecer tu interés con esta entrevista, haciéndolo patente en este blog estupendo.
Gracias a los dos. :)
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